martes, 31 de julio de 2012

“Una persona con autismo cambió mi vida”

Por Esther Peñas

Los próximos 13 y 14 de julio, en la madrileña Ciudad de la Raqueta, Rosana Arbelo (Lanzarote, 1964) regresa a los escenarios españoles con su último disco vibrando en sus cuerdas, ‘Buenos días, mundo’. Campechana, sentida y cálida, su risa acaba por hornear sus palabras. Su voz sigue siendo una de las preferidas por el público hispanohablante. Más de ocho millones de discos vendidos a lo largo de una carrera de quince años lo confirman.    

Ha compuesto para mucha gente (Pasión Vega, Esmeralda Grau, Bertín Osborne...) Cuando uno compone una canción, ¿sabe detectar si formará parte del repertorio propio o si ha de guardarse en espera de una voz ajena?
Por lo general, casi siempre compongo sabiendo si lo que estoy componiéndolo es para mí o para otros. Cuando uno está componiendo para otro intérprete intenta -unas veces lo consigues con más acierto que otras- hacer un traje a medida; es como si te convirtieras en una modista para la voz de otro. En cambio, al componer para ti aflora tu propio registro, tus deseos, tus emociones, que son las que te marcan el camino a lo ancho y a lo largo, no tienes límite alguno.

“Voy eligiendo mi rumbo segundo a segundo”. ¿Cuánto de improvisado tiene la vida personal de Rosana Arbelo?
Todo, cuando digo eso lo sangro, desde la honestidad y la verdad de lo que siento, cuando hago una canción no pienso poco y siento mucho. Pienso poco para encontrar realmente la imagen que haga fiel reflejo de lo que estoy sintiendo. Sangro cada palabra, no hay nada  preparado, no hay nada que no sea auténtico. Podré gustar más o menos, pero te juro por Dios que soy yo cien por cien, aunque haya quien dude.

Tanto en el plano musical como en el personal, hace una decidida y firma apuesta por la celebración, por lo vitalista, por lo alegre. ¿Qué es lo más hermoso que le ha regalado la vida?
El ser humano, en forma de familia, amigos, gente que no conozco, público, personas a la que me voy encontrando en el camino y a la que un buen día les pones nombre y apellidos... la música, aunque en cierto modo e un elemento que me ha regalado el ser humano, de alguna manera; ten en cuenta que si mis padres no me hubieran regalado una guitarra a los cinco años estaríamos tú y yo hablando de otra cosa... En definitiva, el ser humano y la música, o la música y el ser humano son mi fuente principal de toma de tierra.

¿A qué ha tenido que renunciar para seguir disfrutando de su profesión?
A nada. No, no he renunciado nunca a nada. Si dedicarme a una profesión, cualquiera, me obligara a renunciar a algo renunciaría a la profesión.

¿Así de radical?
Así de claro. Es una necesidad. Quiero decir que cuando algo o alguien te incita u obliga a renunciar a lo demás, a lo que sea, ya está decidiendo sobre esa renuncia. La vida no es tan larga ni el mundo tan grande como para que el espacio que pasamos por aquí tengamos que ir renunciando a cosas. Apuesto por soñar en vivo y en directo y a tiempo completo.

Es decir, que su valor capital es la libertad.
Por supuesto, la libertad basada honestamente en no pisar a nadie, la libertad que nunca pise la libertad de otros, pero sí, la libertad de buscar segundo a segundo el rumbo que uno desea y quiere para los demás, para sí mismo, para el mundo. Es básico.

Y respecto de la parte de nómada que impone la profesión, ¿qué le hace no perder las raíces?
Altas dosis de buena memoria, sobre todo memoria emotiva, y continua relación (telefónica, por correo, por mensajes) con los amigos y la familia, que saben cómo eres y te lo recuerdan.

A una persona tan entregada como usted, ¿le cuesta mucho decir ‘no’?
Depende de lo que se me proponga. Si tengo que decir ‘no’ lo digo, aunque mayoritariamente soy más del ‘sí’ que del ‘no’, no me supone ningún problema la negación.

Si la vida es un baile, como canta, en este momento ¿qué género musical sería?
Un tema heavy, absolutamente heavy. Y nada de baladas. Eléctrico, enérgico... con todo lo que conlleva, estoy en un momento pasional con cierta dosis de descoloque en algunas cosas. Pero tengo energía y vitalidad de sobra para llegar a un buen estribillo.

En 2003 publicó ‘Material sensible, poemas y canciones’. ¿No ha vuelvo a sentir la necesidad de publicar poemas?
Muchas veces, pero no tengo tiempo. En cierto modo, mi vida es un ritual cíclico: compongo, grabo y salgo de gira durante dos años o dos años y medio. Después, comienzo el ciclo. Así que, dentro de ese ritual, no encuentro el momento de hacerlo, pero tengo pendiente una segunda parte del libro; primero, porque la gente lo pide y, segundo, porque tengo el deseo de compartir imágenes y pensamientos. Pero lo de la poesía se gana con más tiempo y aprendizaje del que tengo, así que todo tendrá su momento.

¿Hay diferencia entre poesía y música?
El significado de las imágenes, no dicen lo mismo leídas que cantadas.

Por cierto, ¿qué tiene México que fascina tanto a los grandes artistas (tú, Bunbury, Mercedes Ferrer, Raphael)? 
Si uno escucha las rancheras entiende el sentir de ese pueblo. ¡Tenemos tantísimo en común con ellos y con Latinoamérica en general! Estar allí es sentirte como en casa, aunque hay una diferencia curiosísima: los arranques de los conciertos en Latinoamérica son idénticos al final de los conciertos. Es decir, allí empiezan como aquí acaban. La primera vez que actuamos en el Auditorio Nacional de Méjico miraba para atrás porque pensé que venía alguien importante, del jaleo que se estaba formando. Me dijeron que todo ese escándalo era por mí. No lo creí, te lo juro por Dios, no es falsa modestia. Cuando salí al escenario y di las buenas noches, sólo entonces, me convencí de que, en efecto, esa algarabía era por mí.

¿Qué se le pasa por la cabeza, qué se agolpa en el estómago antes de salir a escena?
Unas ganas locas de actuar. No tengo nervios de ninguna clase, debo ser un perro verde. Lo hablo con mis compañeros, que sienten miedo, pánico, incluso. A  mí no me sucede eso. Tengo muchas ganas por empezar a tocar. Y, cuando vamos por vez primera a una ciudad, hacemos la misma broma: comenzamos el concierto y, cuando alguien llega tarde, le engañamos y simulamos que la que escucha es la última canción. Con la complicidad del público, queda muy divertido, la verdad.

Colabora activamente con numerosas ONG, de niños, de personas con discapacidad... habrá muchos pero ¿recuerda algún momento emotivo con ellos?
Hay un hecho que supuso para mí un antes y después en el mundo de la música. Después de mi primer disco, que fue algo de locos, tanto que casi todo me pasó con él, andaba decidiendo qué camino elegir, por dónde tirar, porque en la música hay muchas posibilidades, todas válidas y respetables. Entonces conocí a una familia que tenía un hijo autista, autista profundo, que me contó que reaccionaba a mis canciones, que cuando sonaba mi música eran capaces de comunicarse con él. Supe entonces lo que quería de la música, componer para que favorezca al ser humano. Conocer a ese chico cambió mi vida. Mi amor por el ser humano, mi fe y mi amor por la música han estado allí, así que qué forma más bonita de unificarlo, que una cosa sirva a la otra.

Por cierto, ¿cuál fue el secreto para que el éxito no la arrollase con aquel primer disco? Porque supongo que sería algo así como levantarse en pijama y haberse convertido en una figura de la canción.
Fue peor: fue entrar en el parvulario y que el profesor te enseñara la teoría de la relatividad. Pensé que me había perdido algo. ¡Nadie me iba a enseñar cómo se coloreaba, caligrafía..? Fue una apisonadora. Me pasó por encima. Me regaló un momento curioso. Claro, no tenía más referencias, nunca había grabado ni me había dedicado nunca a esa parte, yo hacía canciones en mi casa y las mandaba a la editorial, para que otros las cantasen. Con ese disco se me abrieron las puertas del mundo entero. Me gustaba lo que estaba pasando, pero hubiera necesitado más calma y paciencia para asimilar el aprendizaje. Me preguntaban si me parecía normal lo que me ocurría. Y sí, la verdad es que, insisto, como no tenía otra referencia, pensé que aquello era lo normal. ¡Imagínate! Debieron pensar que era una auténtica prepotente. A día de hoy le agradezco a ‘Lunas rotas’ la apertura al mundo. Ahora, no es que haya aprendido mucho, pero sé lo que es una sesión de fotos, en qué consiste la promoción de un disco, conozco a ciertos periodistas...  por lo menos no tengo la sensación de estar en medio de lo desconocido, sin entender por qué ahora es mejor lo que hacías ayer... Por fortuna, la familia y los amigos me grabaron a fuego que no era ni tan buena como decían entonces ni seré tan mala como dirán un día.

“¿Quién le pone a la verdad fecha de caducidad” dice en una de sus canciones. A lo largos de los años, ¿ha habido alguna verdad que se le haya derrumbado?
Te llevas sorpresas, es cierto, pero no le permito espacio al roto, prefiero que algo sea prescindible que se convierta en un roto. No me gustan las cicatrices, porque en invierno duelen. La gente es como es, pero también la gente es como uno se la inventa.

¿Cuál es la última canción que la ha emocionado?
Por citarte una, la versión que hicimos en Méjico de ‘Llegaremos a tiempo’, no hace todavía ni un mes. Pero cada vez que escucho ‘What A Wonderful World’, de Louis Armstrong, me estremezco.